domingo, marzo 30, 2008
Fortaleza de Dios
No era la primera Semana Santa que pasaba en Schoenstatt (Alemania). Sin embargo, no recordaba casi nada de la vez anterior. Por ello me sorprendió mucho entrar a la Iglesia de la Adoración ese Viernes Santo. El “Castillo de Dios”, por dentro, estaba con todas las luces apagadas, sin flores, sin luz en el tabernáculo. El ‘monumento’ del Santísimo Sacramento estaba en un altar en la parte de atrás de la Iglesia, prácticamente escondido en una esquina, pero bellamente adornado. La luz entraba hermosamente por un vitral. Habían pocos reclinatorios y las hermanas se turnaban para acompañar al Señor en su día de pasión.
Me quedé un buen rato ahí arrodillada, y luego sentada. Había una atmósfera de mucha paz y recogimiento. Pensé que era el mejor lugar para estar en ese momento. Como no, si afuera se sentía el rugir del viento helado. Era reconfortante saber que no penetraba las gruesas paredes de piedra. Ese lugar era no solo un lugar de paz sino un refugio.
Al comentarle esta experiencia a una Hermana me dijo: “¡Eso es! Eso es sentirse hijo”. Pueden rugir las tormentas pero si uno sabe que el Padre Dios está detrás de todo, se preocupa de todo, ese amor filial y esa seguridad, se transforma en una pared gruesa que te protege en todo momento. Ser y saberse hijo de Dios es estar en camino a la santidad. Bien lo dice el P. Kentenich “La santidad no consiste en ser éticamente bueno, sino más bien en el reconocimiento de nuestro desvalimiento y en la total entrega filial a Dios”.
Pero para poder lograr ese profundo arraigo filial, la oración es el mejor instrumento. Sentada ahí ese viernes ante el monumento del Santísimo, no pude evitar recordar esas horas de oración o adoración en las que siempre termino medio dormida y cabeceándome. Sentí propias las palabras del Señor, “¿Ni una hora has podido velar?” (Mc 14,37) Qué difícil es mantener un ritmo de oración en este mundo tan conectado y lleno de actividades y agendas. Estar conectado ahora es casi un vicio, revisar el e-mail, mensajearse, chatear o buscar nuevas fotos de tus amigos en facebook... ¡Si pudieramos tener ese contacto instantáneo y espontáneo con Dios! El P. Kentenich nos lo aconseja: “Lo más importante es que aprendamos a expresar nuestro estado de ánimo, nuestros deseos y nuestras dificultades. No es que tengamos que hablar constantemente... si hemos llegado a cierta madurez, entonces lo más hermoso de la oración es el sencillo estar uno con el otro, uno en el otro. Y esto es lo esencial”.
Comenzó a llegar más gente y aunque talvez no era necesario, sentí que debía dejar el puesto para otras personas. Salí y seguía corriendo el viento, fuerte y helado. Pero no me inmuté y seguí mi día de lo más tranquila y contenta por haber experimentado físicamente esa seguridad que la gracia nos hace experimentar espiritualmente.
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