lunes, abril 11, 2005

La llave mágica (Publicado en Revista Familia del Padre)



(Foto: A. Santos)

En el edificio donde está la oficina donde trabajo no se puede subir por las escaleras, sólo se puede bajar. Para subir hay que tomar el ascensor que está en el medio del edificio. Como el lugar donde parqueo está del lado de mi oficina, pedí a la administración una llave de la puerta que conduce a las escaleras en la planta baja, para así poder subir al segundo piso. Es un estupendo atajo. Un día alguien que trabaja en la oficina de al lado me vio abriendo la puerta y me dijo, , “¡ah! tú tienes una de esas llaves mágicas” y aprovechó de subir detrás de mí.

La imagen de la escalera es a veces utilizada en la catequesis para simbolizar la salvación. Al contrario de lo que afirman nuestros hermanos evangélicos, que describen el momento en que se ‘salvaron’ y te preguntan “are you saved?” nosotros los católicos creemos que la salvación es un proceso gradual en el que vamos de la mano de Cristo, un camino que nos toma toda nuestra vida terrena. ¿Y la llave? Reflexionando un poco ante todos los acontecimientos recientes, especialmente el fallecimiento de nuestro Santo Padre, no se me ocurre otro nombre para la llave mágica, que el de “Misericordia”.

La Providencia quiso, como lo han hecho notar los medios de comunicación, que él se encontrara con el Creador en el día de la fiesta de Jesús de la Misericordia, y en su vida, lo reconocemos todos, se la pasó repartiéndola. Me metería en camisa de once varas si tratara de definir la misericordia, para eso están las charlas de nuestro Padre y Fundador y los escritos de Juan Pablo II, especialmente su encíclica, “Dives in Misericordia”. Pero siempre mi definición favorita es aquella relacionada con la palabra que en el Antiguo Testamento sirve para definir la misericordia, “rahamim” la cual denota el amor de la madre (rehem= regazo materno). “Desde la unidad que liga a la madre con el niño, brota una relación particular con él, un amor particular. Se puede decir que este amor es totalmente gratuito, no fruto de mérito, y que bajo este aspecto constituye una necesidad interior: es una exigencia del corazón. Rahamim engendra una escala de sentimientos, entre los que están la bondad y la ternura, la paciencia y la comprensión, es decir, la disposición a perdonar.” (Nota de Dives in Misericordia).

Asimismo, nuestro Padre y Fundador nos dejó como herencia, de la mano del amor a María, la imagen del Padre misericordioso y del hijo miserable pero digno de misericordia: Y nos dice: “¡Es tan extraordinariamente importante que invoquemos siempre de nuevo el amor misericordioso de Dios! Mientras más desvalidos nos sintamos , no recurramos a la justicia de Dios, sino a su amor misericordioso. Y este amor siempre supone que yo no he merecido lo que pido o se me concede. Por una parte, recurrimos a la misericordia de Dios; por otra parte recurrimos y apelamos otro título, nuestra propia miseria. Como está escrito en la “Santidad de la vida diaria”: Dios Padre no puede resistir la debilidad conocida y reconocida de sus hijos.” (P. Kentenich, 1963)

Estas palabras, repetidas en muchas ocasiones durante la vida de nuestro Padre y Fundador, son en sí toda una misión y enseñanza de vida. La vida se nos haría mucho menos complicada o viviríamos con una mayor paz, si basáramos en la misericordia nuestra relación con Dios y si al mismo tiempo pudiéramos mirar y tratar con esa misericordia a los demás.

Me han pedido que escriba sobre un tema de actualidad, ¿y por qué entonces estoy escribiendo sobre la misericordia? Después de pasarme dos semanas leyendo casi viciosamente todo lo relacionado a la pasión y muerte del Santo Padre Juan Pablo II, un ensayo de la última página de Time Magazine me llamó mucho la atención. Decía el ensayista, que uno de los cambios más radicales que llevó a cabo el Papa es el relacionado a la tolerancia hacia otras religiones, en especial hacia los Judíos. Si él fue tan abierto y tendió puentes hacia otras creencias, religiones, razas, personas, ¿por qué a veces a nosotros nos cuesta tanto hacerlo?. A veces incluso somos intolerantes con otros movimientos católicos. Y qué decir de lo intolerantes que somos con las personas que piensan distinto de nosotros. La intolerancia de nuestros políticos, su orgullo, su deseo de brillar o sacar provecho nos tiene postrados en una situación caótica desde hace décadas.

La llave mágica no sólo nos abre la puerta de la salvación, del camino, sino que nos acompaña a través de cada escalón, y podemos con la misericordia, ser indicadores en el camino para muchos otros.
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De anaranjado a verde (Publicado en Revista Familia del Padre)

De anaranjado a verde
Una reflexión sobre el consumismo y la vinculación correcta a las cosas

Un día todo es anaranjado y al otro día todo amanece verde... Esa transición entre Halloween y Navidad en Estados Unidos es tan brusca como inmediata. Las mismas repisas que el 31 de Octubre estaban llenas de calabazas, sombreros de bruja y chocolates, el 1ro de Noviembre lucen adornos de navidad y muñecos con barba blanca. La música de fondo que se escucha desde ese día en las grandes tiendas de departamentos una y otra vez son esas nostálgicas canciones navideñas de Bing Crosby. Nuestro país y el resto del mundo siguen el ritmo, Papa Noel llega en helicóptero al Mall del Sol y Navidad está aquí con todo el significado que le da el mundo hoy.

¿Adviento? ¿Austeridad? ¿Silencio? Lo reemplaza una lista de cosas por hacer y por comprar, diferidos a tres, seis o doce meses, combos y super ofertas.

Quizá estemos tentados de decir que nosotros como católicos no estamos contagiados de esa enfermedad, pero si miramos nuestro closet, y todo lo que tenemos y hacemos un “inventario” de eso versus lo que realmente necesitamos, podemos llegar a la conclusión de que el consumismo o el materialismo nos ha tocado y forma parte de nuestra visión de la vida. Incluso si por una situación económica difícil no podemos tener todo lo que quisiéramos, la publicidad y la presión social, que nos bombardean, también influyen en nuestros deseos de un nivel de vida más alto. Algunos nos hemos sorprendido cuando hemos tenido oportunidad de visitar familias pobres, que a veces tienen mejores equipos de sonido o televisiones que los nuestros. Esto me trae a la memoria un comentario de una señora que con su familia tuvo que viajar de un día para otro al extranjero por la enfermedad de uno de sus hijos. Solo alcanzó a poner pocas cosas en su maleta. Y después de varios meses se sorprende de lo poco con lo que se puede vivir.

Conozco personas que constantemente se compran los últimos “gadgets” (traducción libre: aparatejos tecnológicos pequeños y complejos). Luego de que sale uno nuevo, el anterior queda descartado y pasa al closet, un cementerio de tecnología descontinuada. Este talvez es un ejemplo extremo, pero nos lleva a pensar en la satisfacción que uno experimenta al adquirir algo nuevo: es efímera. Buscamos felicidad en las cosas, pero allí no la vamos a encontrar.

La vinculación correcta a las cosas

Vemos todos los días como el poder económico influye en todos los ámbitos de la sociedad. Leyendo al Padre Kentenich, parece que estuviera describiendo con exactitud los tiempos actuales: “En todas partes, el punto de vista económico es el decisivo, el fundamental y el dominante. La economía determina la política, llena la prensa, decide sobre la paz y la guerra, es el tema principal de las deliberaciones internacionales, es el barómetro que marca el valor de una persona y una nación. (...) El hombre economicista no se contenta con sólo satisfacer sus necesidades. Se dedica a despertar necesidades, con el fin de poder acaparar riquezas los más pronto posible y poder procurarse placer con mayor facilidad. Todo se orienta con la consigna: “¡haz dinero, hijo mío!”. (1950, Pedagogía para educadores católicos).

Ante este bombardeo, esta presión, el Padre Kentenich nos llama a vincularnos correctamente a las cosas:

1) Debemos aprender a ver y valorar rectamente las cosas. Debemos ver las cosas en relación con Dios, considerarlas como criaturas de Dios, un regalo para nosotros. Las trataremos entonces con cuidado y respeto, conscientes que no deben estar primero en nuestra escala de valores, sino después de Dios y la familia. Asimismo debemos tener en cuenta de que el amor fraterno nos debe llevar a compartirlas, a ser solidarios.
2) Debemos aprender a gozar las cosas rectamente. Si las cosas son un regalo de Dios, entonces corresponde usarlas y gozarlas con un corazón agradecido. Lo hacemos además con respeto y responsabilidad.
3) Debemos aprender a renunciar rectamente a las cosas. Si renunciamos, es porque queremos algo superior y más valioso. Si apagamos el televisor, si dejamos el lujo, si nos medimos en la comida o en la vestimenta, si suprimimos los gastos superfluos, si compartimos es por un bien mayor. Es decir, estamos ennobleciendo nuestra naturaleza, aumentando la calidad de vida y del amor que existe entre nosotros.

El antídoto para el consumismo

Esta vinculación correcta con las cosas resulta de una vida espiritual profunda, la que debemos cultivar lo más posible. Tenemos los medios, la oración y la meditación, pero dejemos que sea el Santo Padre, Juan Pablo II quien nos lo recuerde:

“Precisamente este es el antídoto más eficaz contra los peligros del consumismo, a los que se encuentra expuesto el mundo actual. Frente a la sugestión de valores efímeros del mundo visible, que algunos medios de comunicación proponen, es urgente contraponer los valores estables del espíritu, que sólo se pueden alcanzar mediante la contemplación y la oración” Seguir leyendo el artículo