lunes, abril 11, 2005

De anaranjado a verde (Publicado en Revista Familia del Padre)

De anaranjado a verde
Una reflexión sobre el consumismo y la vinculación correcta a las cosas

Un día todo es anaranjado y al otro día todo amanece verde... Esa transición entre Halloween y Navidad en Estados Unidos es tan brusca como inmediata. Las mismas repisas que el 31 de Octubre estaban llenas de calabazas, sombreros de bruja y chocolates, el 1ro de Noviembre lucen adornos de navidad y muñecos con barba blanca. La música de fondo que se escucha desde ese día en las grandes tiendas de departamentos una y otra vez son esas nostálgicas canciones navideñas de Bing Crosby. Nuestro país y el resto del mundo siguen el ritmo, Papa Noel llega en helicóptero al Mall del Sol y Navidad está aquí con todo el significado que le da el mundo hoy.

¿Adviento? ¿Austeridad? ¿Silencio? Lo reemplaza una lista de cosas por hacer y por comprar, diferidos a tres, seis o doce meses, combos y super ofertas.

Quizá estemos tentados de decir que nosotros como católicos no estamos contagiados de esa enfermedad, pero si miramos nuestro closet, y todo lo que tenemos y hacemos un “inventario” de eso versus lo que realmente necesitamos, podemos llegar a la conclusión de que el consumismo o el materialismo nos ha tocado y forma parte de nuestra visión de la vida. Incluso si por una situación económica difícil no podemos tener todo lo que quisiéramos, la publicidad y la presión social, que nos bombardean, también influyen en nuestros deseos de un nivel de vida más alto. Algunos nos hemos sorprendido cuando hemos tenido oportunidad de visitar familias pobres, que a veces tienen mejores equipos de sonido o televisiones que los nuestros. Esto me trae a la memoria un comentario de una señora que con su familia tuvo que viajar de un día para otro al extranjero por la enfermedad de uno de sus hijos. Solo alcanzó a poner pocas cosas en su maleta. Y después de varios meses se sorprende de lo poco con lo que se puede vivir.

Conozco personas que constantemente se compran los últimos “gadgets” (traducción libre: aparatejos tecnológicos pequeños y complejos). Luego de que sale uno nuevo, el anterior queda descartado y pasa al closet, un cementerio de tecnología descontinuada. Este talvez es un ejemplo extremo, pero nos lleva a pensar en la satisfacción que uno experimenta al adquirir algo nuevo: es efímera. Buscamos felicidad en las cosas, pero allí no la vamos a encontrar.

La vinculación correcta a las cosas

Vemos todos los días como el poder económico influye en todos los ámbitos de la sociedad. Leyendo al Padre Kentenich, parece que estuviera describiendo con exactitud los tiempos actuales: “En todas partes, el punto de vista económico es el decisivo, el fundamental y el dominante. La economía determina la política, llena la prensa, decide sobre la paz y la guerra, es el tema principal de las deliberaciones internacionales, es el barómetro que marca el valor de una persona y una nación. (...) El hombre economicista no se contenta con sólo satisfacer sus necesidades. Se dedica a despertar necesidades, con el fin de poder acaparar riquezas los más pronto posible y poder procurarse placer con mayor facilidad. Todo se orienta con la consigna: “¡haz dinero, hijo mío!”. (1950, Pedagogía para educadores católicos).

Ante este bombardeo, esta presión, el Padre Kentenich nos llama a vincularnos correctamente a las cosas:

1) Debemos aprender a ver y valorar rectamente las cosas. Debemos ver las cosas en relación con Dios, considerarlas como criaturas de Dios, un regalo para nosotros. Las trataremos entonces con cuidado y respeto, conscientes que no deben estar primero en nuestra escala de valores, sino después de Dios y la familia. Asimismo debemos tener en cuenta de que el amor fraterno nos debe llevar a compartirlas, a ser solidarios.
2) Debemos aprender a gozar las cosas rectamente. Si las cosas son un regalo de Dios, entonces corresponde usarlas y gozarlas con un corazón agradecido. Lo hacemos además con respeto y responsabilidad.
3) Debemos aprender a renunciar rectamente a las cosas. Si renunciamos, es porque queremos algo superior y más valioso. Si apagamos el televisor, si dejamos el lujo, si nos medimos en la comida o en la vestimenta, si suprimimos los gastos superfluos, si compartimos es por un bien mayor. Es decir, estamos ennobleciendo nuestra naturaleza, aumentando la calidad de vida y del amor que existe entre nosotros.

El antídoto para el consumismo

Esta vinculación correcta con las cosas resulta de una vida espiritual profunda, la que debemos cultivar lo más posible. Tenemos los medios, la oración y la meditación, pero dejemos que sea el Santo Padre, Juan Pablo II quien nos lo recuerde:

“Precisamente este es el antídoto más eficaz contra los peligros del consumismo, a los que se encuentra expuesto el mundo actual. Frente a la sugestión de valores efímeros del mundo visible, que algunos medios de comunicación proponen, es urgente contraponer los valores estables del espíritu, que sólo se pueden alcanzar mediante la contemplación y la oración”

No hay comentarios.: