miércoles, junio 06, 2007

Las tres gracias del Santuario de Schoenstatt

Barracas, tierra, explosiones de granadas, hambre y sed, cansancio. Para un joven soldado en la Primera Guerra Mundial, su refugio y su escape era un lugar sencillo y silencioso. No podía estar físicamente ahí, pero si cerraba los ojos viajaba espiritualmente hasta ese hermoso valle, abría la puerta y se encontraba de frente con esos ojos penetrantes. Y encontraba alivio, descanso, se dejaba caer agotado en los brazos de una Madre tierna y fuerte. Fue esa experiencia de arraigo y amor, la que mantuvo en alto la fe y la aspiración de la santidad de José Engling.

El Santuario de Schoenstatt como lo manifiesta su primera gracia de peregrinación, era su hogar, el lugar donde se sentía amado, aceptado, seguro. Y no era un simple refugio, o solamente un escape, era también una fuente de fuerza, de energía renovada para seguir aspirando más alto, incluso después de haber caído. Porque en un hogar, no es necesario ser perfecto, en un hogar uno es sencillamente hijo, es amado justamente por ser hijo pequeño.

Aquellos que nos precedieron, como José, dieron testimonio con su vida que María, la Reina Tres Veces Admirable de Schoenstatt se ha establecido en su Santuario como Madre y Educadora de todos aquellos que llegan hasta ese lugar. María ha atraído y sigue atrayendo a los corazones juveniles, que desde todas partes del mundo dirigen su mirada espiritualmente a ese lugar que es fuente de una corriente de gracias que se esparce y no para de crecer que ha llegado a irrumpir con fuerza en muchos países y culturas.

En otro valle, al pie de los Andes, a fines de los convulsionados años 60, una joven rebelde e inquieta, con un carácter fuerte y mucha vitalidad y liderazgo, dejó que María, su Matercita, en su taller-santuario, despierte en ella un anhelo inmenso por la pureza, al punto de pedirle que la ayude a que su corazón sea un tabernáculo de Cristo. Ese taller, María obró en ella la segunda gracia de peregrinación, la gracia de la transormación. En su diario podemos leer cómo ella se ofreció como instrumento a la Mater para construir el Reino de Schoenstatt, cómo le pedía a María que consagrara y transformara sus ojos, sus oídos, su boca y su corazón. Cuando uno se siente amado y siente hogar en el Santuario, María realiza sus milagros de transformación. La luz de esa transformación de Bárbara, su breve paso por la Juventud Femenina de Schoenstatt, sigue iluminando a jóvenes en el mundo entero.

Estos milagros de transformación son silenciosos, a veces imperceptibles, pero los podemos ver de forma palpable en tantas personas que se han dejado modelar por María en su Santuario de Schoenstatt, lo podemos ver en nuestros propios corazones.

Sí, la Mater atrae corazones juveniles, pero no sólo física sino también espiritualmente. Una figura en nuestra historia de Schoenstatt brilla cuando queremos hablar sobre la tercera gracia del Santuario. Es Don Joao Pozzobon y su Campaña de la Virgen Peregrina. Su mayor anhelo era estar siempre vinculado al Santuario, decía que siempre quería estar vinculado al Santuario, que para él todo era Santuario, rezando, trabajando, viajando. Cuando viajaba y no podía ir físicamente al Santuario, dejaba una nota clavada en la parte de abajo del banco donde normalmente se arrodillaba. Se autodenominaba “sembrador del Santuario” y dijo que la Campaña era para divulgar las gracias del Santuario. No sólo para llevar el Santuario a las personas sino también para traer personas al Santuario.

Si llevamos el Santuario en el corazón y nos dejamos conquistar y transformar por María, si de su mano nos acercamos a su Hijo, podremos también llevar sus gracias a nuestra familia, amigos, a cualquier lugar donde nos encontremos. Recibimos mucho y tenemos mucho que dar, es más, el crecimiento de Schoenstatt depende de cada uno de nosotros. Se necesita una nueva Primavera Sagrada para preservar y transmitir ese hermoso regalo que se nos ha dado en nuestro Santuario, esa experiencia de familia, tan necesaria en el mundo de hoy.
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