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Hoy hace un mes que estaba junto a unas cuantas personas (cuatrocientas mil para ser casi exacta) participando de la Vigilia con el Santo Padre en Pentecostés en la Plaza de San Pedro. No pensé que me iba a demorar tanto en poner “a limpio” mis experiencias, pero al volver el 12 de Junio me esperaban horas y horas de recuperar los días perdidos de trabajo, algunos reportes que hacer para un par de revistas en las que colaboro, larguísimas horas de edición del video del encuentro, además de idas al aeropuerto pues he tenido el regalo de que varios miembros de mi familia han pasado por Houston. Esto claro, sin contar toda la emoción y “distraimiento” que proporciona el Mundial de Fútbol. Temo que este relato me va a salir también largo, sólo apto para valientes y pacientes.
Llegué a Roma sin duda alguna, con la especial ayuda de mis ángeles de la guarda, pues en los días previos al viaje pasé por situaciones en la que se notó su presencia, desde el agente del banco que vino desde el cajero automático a entregarme mi tarjeta olvidada, sin la cual no hubiera podido sacar ni un euro en mi viaje, hasta episodios en la carretera que prefiero no mencionar. Lamentablemente ellos requieren también de mi colaboración para que todo salga bien, por lo cual asumo toda la responsabilidad de haber perdido mi primer avión de Houston a Newark por que leí mal la hora de la salida. Gracias a Dios se trataba de un pasaje de millas y la Mater se preocupó (con tanto que le repetí ¡Muestra que eres Reina! – pobre, la he de haber dejado sorda) de que me hicieran otras conexiones y pudiera llegar a Roma el 31 de Mayo, 8 horas más tarde de lo planeado, pero a tiempo de cerrar el mes de María en el corazón de la Iglesia.
Alojé junto a la Hna M. Kornelia, de la Oficina de Prensa de Schoenstatt en la casa de las Religiosas Concepcionistas de la Enseñanza con un grupo de argentinos muy simpáticos, acompañados por el P. Guillermo Cassone, que es todo un personaje, lleno de vida con muy buen humor y muchas historias que contar. Con la Hna. veníamos planeando esto desde hace mucho tiempo, y realmente es un regalo que todo se haya ido dando tan bien, señal de que Dios y la Mater apoyaban el viaje y la tarea. Yo estaba consciente de que iba a trabajar, así que no participé de ninguna visita con el grupo argentino o el ecuatoriano y no fue hasta la última tarde que hice un corto paseo por un par de lugares turísticos de Roma, que ya había tenido oportunidad de visitar otras veces. ¡Ay! si vieran todos los equipitos, cargadores, cablecitos y adminículos que tuve que llevar para poder trabajar y lo llena que estaba mi mochila-carry-on que arrastré esos días por las empedradas calles romanas.
Ese 31, después de un reparador duchazo (no hubo tiempo para descanso) salimos para el Vaticano, pues este día cada año se abren los jardines del vaticano para una peregrinación y rosario. Participó mucha gente de diferentes países que había llegado al encuentro de los Movimientos, lo que le dio un toque internacional. Se escuchaban diferentes lenguas cuando se rezaba el rosario y se cantaba. Lo mejor para mí era ver todos esos pañuelitos con el Santuario de Schoenstatt, y encontrar caras conocidas, en especial de mis coterráneos ecuatorianos. Los guardias no me dejaron quedarme junto a ellos, pero seguí hasta más atrás saludando y tomando vídeo. La tarde estaba despejada y el sol hacia brillar la cúpula de San Pedro. Los peregrinos llevaban velitas encendidas y era todo un espectáculo verlos subiendo por los jardines rezando con tanto fervor. Además de mi camarita de vídeo hacía equilibrios con mí trípode y mi cámara de fotos y anhelaba con todo mi corazón tener un asistente. Me iba quedando atrás mientras iba haciendo tomas y quizá por eso, de repente, nos dieron la indicación de hacernos a un lado, y me di cuenta que había quedado sin querer, a unos diez metros de donde en unos minutos estaría el Santo Padre. Tenía algunas personas delante y casi todo lo tuve que ver por el visor de la cámara, pero estaba impactada de pensar que estaba ahí, tan cerca del Papa, en un lugar tan hermoso, el mismo día que había tenido que tomar dos conexiones de vuelo, que había subido y bajado empinadas escaleras con mis pesados maletines en el terminal de Madrid y la estación del tren en Roma y caminado varias cuadras para llegar al alojamiento porque no me convenció el taxista que por un trayecto tan pequeño le debía pagar 20 euros. Estaba exhausta, no sentía los pies, pero realmente feliz.
Esa tarde la Hna M. Kornelia recuperó a la Auxiliar de la Virgen Peregrina que tiene de base la Oficina de Prensa en Schoenstatt y que había enviado con un bus de la peregrinación alemana. Fue una sorpresa y una experiencia hermosa, ver como, de regreso en el alojamiento, el Padre Guillermo y las misioneras esperaban a la Auxiliar, inquietos como niños que esperan a su mamá. Aprendí que ese es el secreto de los buenos misioneros de la Virgen Peregrina, ella no es simplemente una imagen, en ella ven a la Mater y sus gracias y la comparten con los demás.
A la mañana siguiente, Jueves 1ro de Junio, a seguir con la tarea, después de haber dormido poco pues había que editar el video al menos un poco para poder publicarlo en internet, en el blog de Schoenstatt. La hermana me pidió que vaya a San Pedro, pues a las 9 am el grupo alemán iba a celebrar la misa en el altar del fondo, debajo de esa bellísima imagen del Espíritu Santo de alabastro. Quería que grabe la prédica del P. Walter. No tenía mapa así que no encontré la estación de metro más cercana y caminé a la otra que estaba mucho más lejos. Corrí pero llegué tarde, y tuve mis segundos encuentros con los guardias del Vaticano, no me dejaban tomar vídeo ni usar trípode, hasta que Tere o Emilia Loor (son tan amorosas, cálidas y preocupadas ambas que se me confunde cuál fue) me dijo que me vaya por el pasillo de la izquierda hacia adelante. Así lo hice, y ya los guardias no me molestaron más. Claro que entremedio se me terminó la batería en medio de uno de los cantos (y una hermanita muy querida que ha estudiado comunicación audiovisual por varios años me sugirió por e-mail que no corte los cantos.. le aclaré que había sido la batería... falta de previsión al fin y al cabo.)Por supuesto no llegué ni remotamente a tiempo para la prédica.
Luego de visitar la tumba de Juan Pablo II y quedarme rezando ahí por un rato, me dirigí a la Oficina de Prensa del Vaticano, a ver si había resultado la gestión de poder conseguir acreditación como periodista. Todo estaba en orden y una hermana Paulina muy atenta y cercana se tomó todo el tiempo del mundo en explicarme cada detalle y había solicitado para mí además la acreditación para poder tomar fotos, la cual me darían días mas tarde. Me recomendó que cuidara mucho la tarjeta de identificación, pues con ella se abría automáticamente la puerta. Me mostraron el lugar donde podríamos trabajar y obtener acceso a internet wireless, no era gratis pero igual sería útil y muy necesario para los próximos días. Al salir de ahí, qué creen, unos pasos más adelante, dos señores alemanes de Schoenstatt me empezaron a llamar con un Hallo! pues se me había caído, ya, tan rápido, la tarjeta de identificación. Los ángeles de la guarda en acción.
Luego de poder por fin sacar dinero de un cajero automático, lo primero que hice fue comprar una botella de agua y un mapa. Y me puse en camino al lugar donde comenzó o al menos se encendió mi amor por Schoenstatt y la Iglesia, el Santuario Cor Ecclesiae en Roma. Fue en Mayo de 1989, visitábamos el lugar donde se estaba construyendo el Santuario luego de la Audiencia con el Papa Juan Pablo II en la cual habíamos estado muy cerca de él, lo habíamos tocado y sentido toda la fuerza y la gracia de estar en su presencia. Desde el terreno, en ese entonces, se podía ver claramente la cúpula de San Pedro y no sé, tuve una especie de “caída de caballo”, no lo sé explicar, pero desde entonces me apasiona la misión de Schoenstatt para la Iglesia.
En el Santuario estuve al menos una hora, rezando y paseando, también tomando fotos y vídeo, es como un oasis de tranquilidad en medio del trajín de Roma. Además lo gocé especialmente porque no había pisado un Santuario de Schoenstatt en cinco meses. Qué lujo, estar en uno de mis Santuarios favoritos.
Luego de otra noche corta, el Viernes a primera hora salimos para la Oficina de Prensa del Vaticano a trabajar. Ese lugar se convirtió en nuestra casa en esos días. La hermana que nos atendió nos contó que en la casa donde ahora tenían su casa general, el Padre Kentenich había escrito un documento importante, no recuerdo bien cuál, pues en uno de sus viajes a Roma se había alojado ahí cuando la Casa pertenecía a otra congregación. Así que para ella Schoenstatt era como familia. Y se emocionaba con la imagen del Santuario de nuestras pañoletas. Unos días después le regalé una imagen pequeñita con la forma de la Virgen Peregrina y se impresionó, una y otra vez repasaba la imagen del Santuario que enmarca a la Mater con sus manos.
Ahí concocimos y compartimos con algunos periodistas del MVC, Aciprensa, Movimento de San Egidio, etc. uno de ellos guayaquileño como yo. (el mundo es pequeño).
Al medio día salimos con la hna. Kornelia y aunque hacía un sol radiante y más temprano hacía algo de calor, se empezó a sentir un viento helado. Comenzó a llover y me empapé mientras le ponía el cobertor a mi carry-on de equipos. Encontré a la Hna Kornela refugiada en uno de esos puestos ambulantes donde venden sanduches y sugirió que nos quedáramos ahí hasta que pasara la lluvia. Qué impactante fue ver que no sólo caía lluvia sino granizo... yo que venía preparada para pasar calor!
Por la tarde hicimos el intento de ir con el grupo argentino a recorrer las huellas del Padre Kentenich en Roma, pero entre que unos se perdieron y además volvió a llover, nos terminamos refugiando en la Iglesia de Sant’ Andrea della Valle, donde tres o cuatro horas más tarde se realizaría la Vigilia preparada por el Movimiento de Schoenstatt. Nos dispusimos a esperar pacientemente. En medio de la espera me llamaban de la oficina en USA, y tuve que tratar algunos temas de trabajo y hasta llamar al servicio que nos hace la nómina para reportar las horas trabajadas por los empleados, claro que escondida en una puerta lateral cerrada, con órgano de fondo...
Antes de la Vigilia los schoenstattianos iban llegando, reconociéndose, saludándose. Fue emocionante saludar por ejemplo a algunas hermanas de Chile y España, que no sabía yo que iban a estar en Roma, o a gente que no había visto en diez años, pero era como si los hubiera visto hace algunas horas.
En la vigilia debía tomar video, pero se me metió en la cabeza que quería tomar fotos y puse mi cámara de fotos en el trípode en vez de la cámara de vídeo. Craso error, las fotos no salieron bien y el vídeo lógicamente movido. Pero algo se puede apreciar de la atmósfera. La vigilia resultó muy buena, organizada, llena de espíritu, lo mejor fueron los cantos y los testimonios. Luego de la vigilia caminamos hasta San Pedro, algunos en peregrinación, yo arrastrando sin sentir los pies mi maletín de equipos, sin importarme si se mojaba o no, pero respondió de lo más bien y agradecí la idea de tener algo que ruede.
En la plaza de San Pedro todo estaba oscuro, pero los cantos y la alegría de los jóvenes la iluminaban, fue un momento inolvidable, de esos que se te quedan grabados en el corazón para siempre. Formaron simbólicamente un Santuario de Luz. Al final se me acercó una señora, que resultó ser periodista de Zenit, mi más admirada publicación, la cual ha acompañado a los católicos por muchos años y gracias a la que tanto he aprendido. Conversamos un rato, le había impactado la canción del P. Reinisch que cantaron los jóvenes con tanta fuerza y me preguntó sobre ese tema y sobre Schoenstatt.
Llegó el Sábado, el día más importante. Otra vez mi imprevisión no pudo ser impedida por mis santos patrones (los ángeles de la guarda). Como la Vigilia era en la tarde y salíamos temprano para la Oficina de Prensa, dejé parte de mi equipo: mi trípode y el zoom de la cámara de fotos, pues pensé que tendría tiempo de regresar, cambiarme y volver para la Vigilia con el Papa. Nunca me imaginé que la gente empezaría a llegar en masa a las 9 am y que los voluntarios y la policía iban a poner barreras para organizar la llegada de los peregrinos. En un momento, traté de ir a recoger mi credencial para fotografías y cuando regresaba, no me dejaron pasar. La identificación de periodista hacía maravillas con los guardias y policías, pero los voluntarios ni le hacían caso. Me vi sepultada en una aglomeración de gente, y con mucha paciencia tuve que salir y hacer un rodeo de cuarenta minutos para poder llegar de vuelta a la Sala de Prensa. Después de semejante experiencia, no me quedaron ningunas ganas de ir a donde me alojaba para recoger el resto de mis cosas, me tendría que arreglar con lo que tenía, no lo podía creer.
Antes de que llegara el Padre, las personas acreditadas podían tomar fotos y darse vueltas dentro de la Plaza tomando fotos. Ahí comencé a apreciar más la credencial, sin eso no era nadie, con ella abrían todas las puertas. Fui buscando los pañuelos de Schoenstatt pero no estaban en grupo sino despergidados por todas partes. Cuando ya iba a llegar el Papa nos condujeron por una escalera interminable (sobretodo por el peso de mi ahora famoso maletín) hasta el techo sobre las columnas, donde la vista dejaba sin aliento. Cientos de miles de personas alegres, con pañuelos multicolores enmarcadas por un cielo azul y la columnata. Allí también había internet wi-fi, así que me dí el lujo de escribir unas palabras en mi blog.
Los cantos del coro fueron maravillosos, y la llegada del Papa espectacular. La vigilia fue quizá un poco larga, sobretodo para la gente que había estado allí desde las 9 o 10 de la mañana. Pero lo más importante e impactante fue sentir la alegría, la unidad y la unión de la gente con el Papa, con la Iglesia. Los Movimientos son vida y atraen por lo hermoso de su espiritualidad, por su originalidad, por su espíritu apostólico y cercanía a Cristo y a María. El tema del encuentro “La belleza de ser cristiano y la alegría de comunicarlo” se hizo palpable en esas horas.
Curiosamente, el tibio sol del día, al caer, dio paso a un viento helado en la última parte de la Vigilia, el cual se sentía de manera especial allá arriba sobre las columnas. Puedo decir tranquilamente que ni siquiera rodeada de nieve, había pasado tanto frío en mi vida. Fue una verdadera tortura pero ahí seguí con mi camarita hasta el final. Aquí hago un paréntesis para alabar la labor de los periodistas. Yo lo soy solo de “vocación” y era mi primera experiencia activa. Pero ellos deben soportar las inclemencias del tiempo y olvidarse del hambre y del cansancio. Me pasó a mí, no había dormido ni comido algo decente en varios días (sólo desayunado) pero todo eso ni se me pasaba por la mente. El frío sí, por supuesto, lo tuve muy presente.
La salida fue toda una odisea, otra vez el rodeo de cuarenta minutos para llegar a la estación de metro, donde para mi estupor, hacían cola cientos y cientos de hermanos del camino Neocatecumenal. Me colé lo más que pude hacia dentro, con la ventaja de andar sola y no en grupo (me perdí sin querer de la hna. Kornelia) y con mucha paciencia y persistencia llegué a donde me alojaba, exhausta pero feliz.
Al día siguiente era Pentecostés, fiesta grande y también asistiríamos a la Misa en San Pedro, pero la hermana sugirió con toda la razón del caso, que era mejor asegurar la Misa en la capilla de la casa por si en la otra teníamos que trabajar, cubrir, tomar fotos, etc. Cuando me encontré allí en la misa de las hermanas de la casa donde nos alojábamos, unas 10, en principio me lamenté que siendo una fiesta tan grande estaba ahí en una misa tan sencilla, sin coros ni ceremonias. Resultó que quien celebraba la misa era un sacerdote que creo era superior de su comunidad en España, o por lo menos la conocía bien. Y este sacerdote dio una prédica preciosa. Contó la anécdota de un teólogo romano, que quería conocer mejor quién era el Espíritu Santo, y fue a un lugar muy lejano a ver a otro sacerdote, de quien le habían dicho que podría enseñarle. El sacerdote le dio de comer, compartió con él, rezó con él, y después de cada una de estas actividades el teólogo le preguntaba impaciente que cuándo le iba a enseñar quién era el Espíritu Santo, sin recibir respuesta . Al final el sacerdote le dijo, que el Espíritu Santo estaba cuando se compartía, cuando se rezaba, cuando se amaba, no había una explicación, sino que Él era el amor. Fue un regalo escuchar esa misa y esa prédica. Como dice las escrituras, el Espíritu sopla donde quiere.
Fue bueno haber tenido ya segura la Misa pues durante la solemne celebración en San Pedro ya con mi zoom pude tomar fotos hermosas y disfrutar de la atmósfera. Otra vez el sol resplandecía, ya no había tanta gente y se podía caminar y pasear más libremente. Las banderas, los pañuelos, el viento, la música, la alegría, eran toda una experiencia que elevaba. Dios me tenía además reservada una alegría, a la salida de la Sala de prensa me encontré con tres compañeras de Colegio que habían ido con el MVC. Fue un gozo verlas de nuevo después de tantos años.
En el bus de regreso al alojamiento, cosas del Espíritu, me senté al lado de una señora que resultó ser carismática, de Estados Unidos. Tuvimos una conversación muy profunda. Ella también había tenido que pasar por la traumática experiencia del metro la noche anterior y recordó como para los prisioneros de Auschwitz, donde el Papa había estado una semana antes, uno de los castigos era estar totalmente rodeado y asfixiado por la gente y de cómo Maximiliano Kolbe había resistido rezando y ofreciendo ese sacrificio (al menos eso fue lo que entendí). Me impactó que ella había venido sola desde Estados Unidos, principalmente para demostrar que estaba con el Papa. Talvez era una persona más, pasando desapercibida, pero ese era su motivo, y seguro que pesa para Dios y para la Iglesia. Nos despedimos con un abrazo, como si nos conociéramos de toda la vida.
Por la tarde en el programa seguía un encuentro en el Santuario de Schoenstatt en Belmonte, en las afueras de Roma. La Hna se fue un par de horas antes pero yo preferí descansar un poco y llegar para el comienzo de la liturgia de vísperas. No había ido nunca pero preguntando se llega, tomé el metro y luego encontré la línea de buses. No dudé ni un instante que era ese el autobus que debía tomar pues encontré a dos conocidas – Maria Elena Mari y Libertad Cisneros– a quien saludé con mucha alegría y alivio. Y me senté al lado de alguien que me imaginé era hermana, aunque andaba de seglar y con cara muy familiar. Claro, era la hna Elizabeth, argentina, teóloga, y una persona muy alegre, cálida y llena de vida. Con ella conversamos en el camino sobre el Congreso de los Movimientos, al que ella había asistido y cuando llegamos gentilmente compartió conmigo su paraguas –llovía- o mejor dicho ayudó a proteger mis cámaras.
Casi no tuve oportunidad de conocer el Santuario Matri Ecclesiae, llovió todo el tiempo. Esta vez sí usé el trípode y al editar me doy cuenta de que hace toda la diferencia del mundo. Hubo un rezo de vísperas y el obispo de la diócesis hizo una visita en la que contó que el Santo Padre piensa visitar el Santuario en algún momento.
Me regresé con el grupo ecuatoriano. Tuvimos que esperar largo por los autobuses pero la conversación estuvo entretenida. Luego cené con ellos y contaron lo impresionados que estaban con todo lo vivido. Grabé algunos de sus testimonios, que están en uno de los reportes que hice. ¡Mi gente! Qué maravilla poder compartir con ellos. Siempre tan espontáneos y generosos.
Para muchos el programa oficial terminó ese Domingo, pero el Lunes 5 de Junio todavía teníamos otro acontecimiento que cubrir. Sacamos fuerza de donde no teníamos y antes de las 7am estuvimos afuera de San Pedro donde la Presidencia General celebraría una misa en las catacumbas de la basílica. Otro día espectacular, fueron llegando los superiores de la comunidad de Padres, del Instituto de Familias, de la Federación de Familias, Hermanos de María, Nuestra Señora de Schoenstatt, Federación de Mujeres, etc. Mientras hacíamos la fila para entrar a San Pedro me preguntaba dónde estarían las hermanas, y me imaginé que como hay varias hermanas que trabajan en el Vaticano, seguramente habrían entrado por alguna puerta más importante y ya estarían adentro. Dí en el clavo.
Ese día la Presidencia General de Schoenstatt entregaría los Estatutos del Movimiento de Schoenstatt para revisión y aprobación en el Pontificio Consejo de los Laicos. Empezaron con la Santa Misa en una capilla pequeña presidida por un hermoso ícono de la Virgen con el Niño. Como buenos alemanes (en su mayoria) cantaron muy bonito y en diferentes voces, aunque a veces los cantos se confundían con los de las capillas vecinas, también con grupos de alemanes. Sí, aunque parezca curioso, el Movimiento que tiene casi 100 años, no ha tenido hasta ahora un estatuto aprobado por la Iglesia, según escuché comentar (todo era en alemán) hasta ahora las comunidades autónomas se han ocupado más de sí mismas, de consolidar sus fundaciones, y ya es hora de ocuparse de la unión, o de lo que une a todos, el Movimiento, la Obra.
Luego de la Santa Misa, se dividieron en grupos y los Ñuño, del Instituto de familia, españoles simpatiquísimos, invitaron a los dos hermanos de María y a la Hna. Kornelia (y yo ni modo, de colada) a tomar desayuno, con unos cappuccinos y crossaints exquisitos.
Tomamos el autobús hasta la Iglesia de Pallotti y a las 10 am el grupo se volvió a encontrar para llevarle a San Vicente Pallotti los estatutos, ya que la misión de Schoenstatt está muy ligada a él, pues el P. Kentenich prometió continuar con su misión de agrupar las fuerzas apostólicas de la Iglesia.
A las 11 y media era la cita en el Consejo de los Laicos, y el grupo caminó por las pintorescas callecitas de Trastavere e hizo tiempo en la Iglesia de Santa María y en un café al pie de la Iglesia. Era curioso ver a los máximos dirigentes de Schoenstatt, a los que poco se ve y de los que poco se sabe, en una atmósfera más distendida que la ordenada y formal de Schoenstatt.
Puntualmente llegaron a la Cita, saludaron con algunos funcionarios y los esperaba sonriente la Hna. María del Pilar Mendieta, que trabaja también ahí. Se reunieron en una sala de conferencias y llegó a saludarlos Mons, Rylko y luego presidió el momento Mons. Clemens, alemán, quien habló largo, y bueno, se me hizo más largo porque no entendía nada. La ley de Murphy dice algo así como que cuando algo tiene que salir mal sale muy mal, y me di cuenta que se me estaba acabando la cinta y la batería, así que tuve que ahorrar tiempo y sudar frío para que me alcance para el momento más importante, la entrega de los estatutos, con las justas lo logré.
Aquí terminaron las obligaciones laborales y periodísticas. Al regresar al Vaticano, lamenté que no pude encontrar al grupo ecuatoriano -habíamos quedado en encontrarnos en la embajada de Ecuador- así que decidí ir a donde me alojaba, dejar todas mis cosas, salir con mi mapa a recorrer un poco. Me tomé el tiempo de sentarme largo en las escalas de la Plaza de España y de recostarme como lagartija en un lugar no tan lleno de gente de la Fontana de Trevi, saborear un verdadero gelato y visitar algunas iglesias.
Al día siguiente tomamos un taxi hasta Fumicino, un aeropuerto pequeño desde donde sale Ryan Air, una de esas aerolíneas baratas, en la cual no asignan asientos, se tiene que subir por escalerilla, no brindan nada de beber o comer y los asientos no se reclinan. Aún así me las ingenié para dormir, al menos intermitentemente. En el aeropuerto la hermana tomó su autito naranja y ¡qué cambio de paisaje! el hermoso campo alemán. Llegamos al ordenado, pacífico y luminoso Schoenstatt y como cada vez que he llegado después de un trajinado itinerario, me sentí como en el cielo. Tuve algo de tiempo para decantar todo lo vivido, compartir con los ecuatorianos, visitar al Padre y a la Mater en su Santuario, pasear en bicicleta por las orllas del Rhin mientras el sol caía, deleitarme con el curry wurst, y contagiarme con el espíritu del Mundial.
lunes, julio 03, 2006
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